Karen Ranney - Un baile en la oscuridad, novelas romanticas

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//-->CAPÍTULO 1—¿Hola?No hay nadie aquí, Louisa.Pero no lo parecía. Aunquepareciera increible, no se sentía sola sino como si de alguna maneraestuviera siendo observada. Como si hubiera alguien allí,esperando en las sombras. Un sentimiento de alarma pasó rozandosobre su piel y después fue silenciado por un pensamiento.No haynadie aquí, Louisa.Es simplemente que nunca te han gustado loslugares oscuros. Te inquietan. Eso es todo. Descartó el hecho deque no había tenido miedo de la oscuridad desde que era una niña.Desde que tenía ocho años y había venido a vivir a BainbridgeHall, había explorado Hodge´s Hill y la campiña circundante. Peroésta tarde, el sol brillaba en el afloramiento de la roca, iluminandolas sombras tras ella y la entrada de piedra que se abría hastaconvertirse en esa larga, oscurísima y hasta ahora desconocidacueva. De niña la habría explorado de buena gana, pensó; entoncesse detuvo a sí misma, mientras la verdad la invadía de nuevo. Deniña había sido tímida y asustadiza. Habría huido de allí y nohabría preguntado a nadie por aquel lugar. Incluso ahora, tantosaños después, el eco de esa voz infantil resonaba en su mentemientras permanecía frente a ella.Está oscuro y sucio y losmurciélagos viven ahí. Por no hablar de las arañas. Quizás algopeor. Te mancharás el vestido y te despeinarás, y la gente sabrá quehas estado en algún lugar en el que no debías.2Agitó la mano en el aire frente a ella, como si quisiera alejartodas las advertencias. Hacía tiempo que no era una niña y loslugares oscuros ya no le asustaban; y era tan extraño ver algo casiescondido a la vista y que después se acerca como por arte demagia... Casi como una sencilla roca que de alguna manera resultaser un diamante. La cueva la tentaba a investigar, a dar un paso ydespués otro más, adentrándose en el silencio de un lugar quenunca había sabido que existía.Quizá no debería explorar el lugar sola. No era lo que teníaintención de hacer de todos modos. Había salido de BainbridgeHall con sus materiales de dibujo bajo el brazo, en busca de unpoco de soledad; y prometiendo a su doncella, Abigail, al secretariode su abuelo, y a todas las personas con las que se habíaencontrado, que se comportaría correctamente y que no iba a irmás allá de Hodge´s Hill. Ellos se habían abstenido deacompañarla a regañadientes, concediéndole un precioso regalo detiempo.—Sé que está ahí. ¿Por qué no contesta?Otro paso. Permanecía allí en silencio, absorbiendo todos lossonidos que oía. En algún lugar el agua goteaba, el vientosusurraba enérgicamente como si pasara a toda velocidad por elhueco de una chimenea. Otro sonido, inesperado aunque no deltodo.—Puedo oírle respirar.Silencio de nuevo, y entonces llegó la voz.—¿Es siempre tanindudablemente irritado.entrometida?—Eltonoera3No podía culparle, claro; ella a menudo había buscadoprivacidad sólo para ser interrumpida por alguna almabienintencionada. No había nadie en el mundo tan cuidadosa,consentida, reservada y preocupada como Louisa Patterson.Normalmente muchas jóvenes damas ricas lo eran, se dijo.—No —respondió honestamente—. No creo serlo. Pero se meda muy bien esconderme de los demás que es, probablemente, porlo que he sabido que estaba aquí. Si realmente desea que me vayalo haré.No hubo respuesta para esa afirmación.—Si está intentando ser descortés, lo está logrando a laperfección.La oscuridad en la cueva era penetrante. Todo lo que podíaver eran tinieblas, el color de la noche en su hora más tenebrosa.¿Por qué demonios había entrado? La curiosidad, al parecer,la había puesto en un dilema, uno del que no podría salir airosapor sí misma. Después de todo, no podía simplemente darse lavuelta y salir. ¿No?—No se está yendo, ¿verdad?—Estaba pensando cómo hacerlo con mejores modales de losque usted parece tener —frunció el ceño en la oscuridad.—¿Y es muy educado echarme un sermón sobre conducta? —su voz tenía un claro toque de diversión.Louisa sintió sus mejillas ruborizándose.4—Lo siento. Mi abuelo dice que acostumbro a pensar primeroy a usar la razón después.—Un hábito lamentable.—No he dicho que yo esté de acuerdo con él.Se tocó los labios con los dedos, un poco sorprendida por elpensamiento que acababa de expresar. A pesar de lo que su abueloafirmaba, había pocas veces en las que realmente infringiera lasnormas de la sociedad. Era la nieta de Arthur Patterson, unaposición que le recordaban cada día, a cada hora. Tenía una deudacon su abuelo, una de amor y afecto y una estricta atención a lacorrección.—Ah, una mujer con una opinión. Que cosa más rara.—¿Sabía usted que el sarcasmo es el recurso de los locos?—¿Es una cita textual, o es, quizás, una opinión que haaprendido de alguien?—Por ese comentario, ¿debo suponer que según usted unamujer no puede tener un pensamiento por sí misma?—¿Ha venido aquí para discutir conmigo, entonces? ¿No haynadie en Bainbridge Hall que lo haga con usted?La sorpresa la dejó rígida durante un instante. El anonimatodel que había disfrutado por un momento era demasiado buenopara ser verdad.—¿Entonces sabe quién soy?5 [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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